En un reciente informe, la Defensoría del Pueblo alertó sobre la crisis ambiental sin precedentes a la que se enfrenta la cuenca del Amazonas. Ejemplo de ello, dice, es la sequía que se presentó en el segundo semestre de 2024, en la que influyeron la transformación de los usos del suelo, los incendios en Brasil y el cambio climático. ¿Qué acciones recomienda?
En 2024, la Amazonia vivió una de las peores sequías de su historia. El Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) midió el agua del río Amazonas en algunas de sus estaciones hidrológicas y, en la de Nazareth, halló que el caudal disminuyó un 82% entre abril y septiembre de dicho año. “Según nuestros análisis, los niveles del río han alcanzado mínimos históricos”, comunicó en ese entonces la funcionaria del IDEAM, Tatiana Sierra.
Las comunidades amazónicas, cuyo principal medio de transporte es fluvial, quedaron aisladas, viendo afectada su economía local y el a la educación de los niños y adolescentes. Además, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) estimó que el abastecimiento de agua de alrededor de 3.000 personas se vio perjudicado. La muerte masiva de peces y de la emblemática especie de la región, el delfín rosado (Inia geoffrensis), también fue uno de los factores por los que en Colombia, al igual que en Perú, se declaró alerta roja.
Ahora, la Defensoría del Pueblo ha publicado un nuevo informe en el que analiza los “extremos climáticos” en la Amazonia que, dice, están en aumento y son cada vez más frecuentes. El documento, precisamente, toma la sequía de 2024 como caso de estudio y se basó en artículos de investigación, publicaciones oficiales internacionales y solicitudes de datos que hizo a autoridades ambientales y entidades territoriales.
De acuerdo con el informe, en el segundo semestre de 2024, el río Amazonas en Colombia presentó su nivel más bajo de los últimos 122 años. Mientras que en temporadas secas su caudal oscila entre los 16 y ocho metros, en esa oportunidad llegó a ser de apenas cinco metros. Entre abril y septiembre, “la lámina de agua del río pasó de tener 44.711 a 8.428 metros cúbicos por segundo”, describe la Defensoría. En Brasil, la situación también fue preocupante, pues el Amazonas llegó a su punto más bajo de los últimos 120 años, específicamente en el puerto de Manaos.
“Si bien es normal que el río tenga ese comportamiento (subidas y bajadas, inundaciones y sequías), los descensos de nivel y la sequía ocurridos en 2024 son un fenómeno de características extremas que no se había presentado antes”, apunta la entidad. Pero, ¿a qué se debió ese evento sin precedentes? La investigación de la Defensoría señala tres causas principales, empezando por la transformación de los usos del suelo y la modificación de la cobertura vegetal.
Perder los árboles
Mucho se ha hablado sobre la deforestación y que, entre sus principales motores, están el acaparamiento de tierras, la ganadería extensiva, la infraestructura de transporte no planificada, los cultivos de uso ilícito y la minería. Según estimaciones del Banco Mundial, entre el 18% y el 20 % de la selva amazónica ha sido deforestada, mientras que hay alertas de que se está degradando otro 38%. Ya se ha advertido que las tasas actuales de deforestación podrían conducir a un punto de inflexión de la región en diez años.
Como ha explicado el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (SINCHI), perder los árboles influye en el cambio climático del planeta. La deforestación en zonas tropicales representa la segunda mayor fuente de gases de efecto invernadero (GEI), después de la quema de combustibles fósiles. La Amazonia, por ejemplo, funciona como una esponja que absorbe grandes cantidades de dióxido de carbono, entre 1.000 y 1.500 toneladas al año, a través de la fotosíntesis de su vegetación. De esa manera, reduce los efectos del calentamiento global, impidiendo que se concentre este gas en la atmósfera.
Además de la regulación climática, la selva amazónica es fundamental para el ciclo del agua. “Un solo árbol maduro, grande, antiguo y de bosque primario, puede llegar a filtrar hasta 1000 litros de agua al día”, dijo hace unos meses Dolors Armenteras, bióloga con maestría en Ciencias Forestales Ambientales y un doctorado en Geografía, a El Espectador. Luego, las masas de vapor de agua que producen estos árboles, mediante la transpiración, se mueven de oriente a occidente por los vientos alisios, extendiéndose a lo largo de varios países y convirtiéndose en lluvias de los Andes.
Es por ello que la deforestación, a nivel regional, ha generado perturbaciones directas sobre el ciclo del agua. La Defensoría subraya que “este tipo de afectaciones contribuyen a que las sequías sean cada vez más intensas y prolongadas”. En su informe, la entidad plantea varios escenarios de riesgo para la Amazonia; entre ellos, uno que indica que, de no implementarse políticas de control efectivas sobre la deforestación, se podrían perder al menos 2.1 millones de hectáreas de bosque para el 2040.
Se prevé un panorama aún peor en caso de que se continúe promoviendo el desarrollo extractivo, con incentivos a la ganadería y los monocultivos: esto podría llevar a que se afecten 4.3 millones de hectáreas de selva amazónica para 2040. Durante el lanzamiento de la investigación, la defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz, aseguró que estos impactos “no son fortuitos, sino el resultado de omisiones institucionales, de la permisividad frente a actividades extractivas ilegales y de una gobernanza ambiental fragmentada e insuficiente”.
La Amazonia en llamas
Otra de las principales causas de la sequía en la cuenca del Amazonas, dice la Defensoría, fueron los incendios forestales. En agosto, en la selva de Brasil se registraron 38.266 incendios, según el Programa de Monitoreo de Incendios del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de ese país. También en Pantanal, el humedal tropical más grande del mundo, más de un millón de hectáreas se quemaron durante el mismo mes.
“El fuego devasta por completo las áreas que alcanza, generando la pérdida de fauna, flora y riqueza natural. Además, libera grandes cantidades de gases contaminantes y humo perjudicial para la salud humana, al provocar enfermedades respiratorias”, explica la Defensoría. El informe resalta que para septiembre de 2024, ya se tenían 53.620 incendios registrados, que equivale a un 80 % más que en 2023.
De ese modo, el año pasado las emisiones de carbono acumuladas fueron superiores al promedio, con 183 megatoneladas registradas en Brasil por el Servicio de Monitoreo Atmosférico de Copernicus (CAMS) con corte al 19 de septiembre. El humo dejó una estela gris que se podía percibir desde el espacio, a través de imágenes satelitales.
A pesar de que en la Amazonia hay sistemas de llanuras, como sabanas, cuyo ciclo incorpora el fuego, la mayoría de los incendios forestales en la región no son naturales, de acuerdo con la Defensoría. Por el contrario, más del 95% de los incendios han sido ocasionados por humanos, generalmente, dice el informe, por actividades ganaderas y de agricultura.
“A medida que la Amazonía pierde cobertura arbórea y se reduce la densidad del dosel, las capas inferiores de vegetación quedan expuestas a una mayor radiación solar, lo que disminuye su capacidad para retener humedad. Como consecuencia, la selva se vuelve más seca y propensa a incendiarse”, se lee en el documento.
Las consecuencias del cambio climático en la Amazonia
La Defensoría se refiere a una última causa de la sequía que, en todo caso, está relacionada con los otros factores. Se trata del cambio climático que, acelerado por fenómenos como la deforestación, ha llevado a temperaturas globales más altas y a la disminución de las lluvias. En consecuencia, ha variado la frecuencia y magnitud de eventos naturales de la cuenca del Amazonas, como las sequías e inundaciones.
Como explicaba hace un tiempo a El Espectador Germán Mejía, biólogo con maestría en gestión ambiental e integrante de la organización Amazon Conservation Team, cuando la selva amazónica disminuye, fenómenos de variabilidad climática como El Niño se exacerban. Asimismo, la sequía y los incendios también se vuelven más extremos y prolongados.
Es normal que el fenómeno de El Niño altere los patrones de lluvia, incluyendo los de la Amazonia, durante la temporada seca, entre julio y septiembre. Sin embargo, lo que sucedió en 2024 fue que el océano Pacífico tardó más de lo habitual en enfriarse, retrasando la llegada de La Niña. “Añadido a lo anterior, si los dos océanos se calientan al tiempo, esto impacta la dinámica normal de los llamados ríos voladores, provocando que haya más calor y menos lluvias”, explica la Defensoría.
En octubre, la sequía extrema terminó perjudicando a seis comunidades del municipio de Leticia y a cuatro de Puerto Nariño, cercanas al río Amazonas y que quedaron aisladas por más de 20 días. También se vieron comprometidas diez comunidades que habitan sobre el afluente del Amazonas, siendo en total casi 22.000 personas afectadas.
Un llamado a la acción
La defensora Marín Ortiz concuerda con la Corte Constitucional en que la Amazonia se ha vuelto cada vez más vulnerable debido a la falta de coordinación entre instituciones, así como a “la debilidad en la planificación territorial y la desarticulación entre el conocimiento técnico y los saberes comunitarios”. Es por ello que el informe hace 29 recomendaciones con el fin de hacerle frente a la grave situación que atraviesa la región.
La primera de ellas, dirigida al Ministerio de Ambiente, se refiere a coordinar, junto con las autoridades ambientales de Corpoamazonia y la CDA, los municipios y las gobernaciones, acciones de restauración ecológica de ecosistemas afectados y áreas degradadas. También plantea una articulación con las entidades del Sistema Nacional Ambiental (SINA) y las autoridades regionales, asegurando una participación comunitaria efectiva.
La Defensoría, en suma, insta a evaluar la posibilidad de cumplir con las recomendaciones del Banco Mundial para conservar la selva. Por ejemplo, se refiere a enfocarse en cultivar más alimentos en una menor cantidad de tierra, en generar un equilibrio entre el valor asignado al bosque y la práctica de la agricultura y la ganadería e implementar, de manera adecuada, los mercados de carbono, “que pueden ser esenciales para generar ingresos que interesan al sector privado”.
Otras de las recomendaciones de la entidad es fortalecer los sistemas de alerta temprana y la capacidad de adaptación de los ecosistemas de la Amazonia. En particular, la investigación se refiere al caso de la sedimentación del río Amazonas que, eventualmente, podría aislar a Leticia y afectar a comunidades ribereñas como las de Puerto Nariño. Allí, el desgaste de las orillas del río pone en riesgo el a servicios esenciales.
Adoptar un enfoque de justicia climática, “asegurando la protección de los pueblos indígenas y comunidades locales y garantizando su participación en la toma de decisiones y a la información, en línea con el Acuerdo de Escazú”, también es fundamental para la Defensoría. En términos generales, el informe señala que se deben intensificar las acciones para atender incendios forestales y contener la minería ilegal y los cultivos ilícitos que están fragmentando la Amazonia.
No obstante, durante el lanzamiento de este estudio se hizo énfasis en la importancia de una colaboración entre países para enfrentar la degradación de la región y, por ello, varias de las recomendaciones están dirigidas al Ministerio de Relaciones Exteriores. “Visibilizar esta situación ante la comunidad internacional es una acción estratégica para fortalecer la cooperación ambiental transfronteriza y reforzar el cumplimiento de los compromisos multilaterales”, dijo Marín.
La mayoría del bioma amazónico se ubica en Brasil (61.8 %), seguido por Perú (11.3 %) y Bolivia (8.1%). Colombia tiene apenas el 6.4 % de esta selva tropical y, aunque pueda parecer poco, en realidad representa más del 40 % del territorio continental de nuestro país. Con la estimación de un punto de inflexión en diez años está en juego nada menos que el hogar del 30 % de la biodiversidad mundial. El río más caudaloso de todos, que representa una quinta parte de toda el agua dulce no congelada del planeta, se encuentra en riesgo.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.